31 de mayo de 2011

Julepe, pero mío

Hasta hace un tiempo: huella tras huellas ajenas, pie tras pie como debe ser.

Y así parece que avancé según mandatos, alguna que otra vez descarrilé, pero siempre dentro de las huellas encomendadas por mis ajenos.

Pisada tras pisada, trastabillada tras pisada, traspié tras pies, huellas y sombras acunadoras que protegían mis pisadas, en aquellos momentos seguras y firmes. Siempre tras pisadas de ideales, modelos, deberes ajenos, etc.

De a poco pise menos, con más cautela, ¿qué huellas seguía? ¿Quién era el gigante que me mantuvo en la sombra? ¿Había alguien? ¿De quién y de qué me estaba protegiendo?

Frené.

Descarrilada o encarrilada, me moví de la fila.

Ahora no hay huellas, ni rastros, ni ajenos. Solo horizonte, y parece que es el mío.

Que julepe!!

MLS, 31 de mayo de 2011

22 de mayo de 2011

Procrastinación

Una de las características de mi CUALQUERANCIA es "La Procrastinación": (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) Acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables.

Imágen del blog de Julieta Arroquy http://julietaarroquy.blogspot.com/

10 de mayo de 2011

No te salves

No te quedes inmóvil
Al borde del camino
No congeles el júbilo
No quieras con desgana
No te salves ahora
Ni nunca...

No te salves...
No te llenes de calma
No reserves del mundo
Solo un lugar tranquilo
No dejes caer los párpados
Pesados como juicios

No te quedes sin labios
No te duermas sin sueños
No te pienses sin sangre
No te juzgues sin tiempo

Pero si…
Pese a todo...
No puedes evitarlo
Y congelas el júbilo
Y quieres con desgana
Y te salvas ahora
Y te llenas de calma
Y reservas del mundo
Sólo un lugar tranquilo
Y dejas caer los párpados
Pesados como juicios
Y te secas sin labios
Y te duermes sin sueños
Y te piensas sin sangre
Y te juzgas sin tiempo
Y te quedas inmóvil
Al borde del camino
Y te salvas…

Entonces...
No te quedes conmigo

Mario Benedetti

4 de mayo de 2011

Macanudo



Fellini y Madariaga, en la tira cómica "Macanudo" de Liniers.
http://autoliniers.blogspot.com/
http://macanudoliniers.blogspot.com/

1 de mayo de 2011

El mal de la muerte, de Marguerite Duras

Collage del último librito que leí:

El mal de la muerte, de Marguerite Duras

Le pregunta cómo lo sabe. Ella dice que lo sabe. Dice que se sabe sin saber cómo se sabe.
Usted le pregunta: ¿En qué el mal de la muerte es mortal? Ella responde: En que el que lo padece no sabe que es portador de ella, de la muerte. También en que estaría muerto sin vida previa a la que morir, sin conocimiento alguno de morir a vida alguna. […]

Usted pregunta cómo podría surgir el sentimiento de amar. Ella le responde: Quizás de un fallo repentino en la lógica del universo. Dice: Por ejemplo de un error. Dice: Nunca por quererlo. Usted pregunta: ¿El sentimiento de amar podría surgir de otras cosas aún? Usted le suplica que diga. Ella dice: De todo, de un vuelo de pájaro nocturno, de un sueño, del sueño de un sueño, de la cercanía de la muerte, de una palabra, de un crimen, de uno, de uno mismo, de pronto sin saber cómo. [..]

Con todo, así pudo usted vivir este amor de la única forma posible para usted, perdiéndolo antes de que se diera.

Nunca Más, prólogos

Ante comentarios en redes sociales como "un gorilita-progre menos, Dios lo tenga en la gloria" y citas descontextualizadas del prólogo original del libro Nunca Más, sentenciando la alusión a la "teoría de los dos demonios", como si Sábato justificará la dictadura del '76 a raíz de aquella teoría de las dos caras, cuando acababa de hacer un informe exhaustivo durante nueve meses en busca de material para recopilar la memoria de una nación desbastada ante la desaparición de treinta mil personas. Decido releer dicho prólogo, junto con el anexado por el Gobierno del año 2002, y así verificar tal sentencia por parte de la juventud new age "K" hacia Ernesto Sábato.
Una vez más, y desgraciadamente para todos, corroboro la intención de un partido político -uno o varios, divididos y enfrentados entre sí- de dividir a la sociedad, con palabras vacías de significado, ya inexistentes en la práctica como ser gorila-progre, gorila-facho, K-progre, K-zurdo, peronista duhaldista o kirchnerista, zurdo estilo K, zurdo estilo trosko, caratulas, etiquetas que la militancia compra por pura moda, sin analizar y contextualizar el sentido de las acciones de las personas que hicieron algo para el progreso de nuestro país.
Ya sé, no vale la pena entrar en discusiones interminables, sólo aprovecho estas controversias como disparadores para saber aún más y releer mi historia y la de todos quienes habitamos el país de los desaparecidos.
Y, a pesar de que Borges sea etiquetado como un facho de derecha, no se dieron cuenta que los entendió y justificó, son incorregibles, ni buenos ni malos.
Lu, 01/05/2011


A poco de hacerse cargo del gobierno, el presidente Raúl Alfonsín ordenó el procesamiento de las Juntas Militares que gobernaron durante la dictadura militar (1976 - 83), responsables, en última instancia, de los horrores cometidos y nombró una comisión para investigar esos crímenes (CONADEP). Como presidente fue designado Ernesto Sábato. Al cabo de nueve meses, esa comisión expidió sus conclusiones, resumidas en el libro Nunca más, que lleva un prólogo escrito por el propio Sábato:


Nunca Más - Informe de la Conadep - Septiembre de 1984
Por ERNESTO SÁBATO

Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: «Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura».
No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.
Nuestra Comisión no fue instituida para juzgar, pues para eso están los jueces constitucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído, leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo para alcanzar la tenebrosa categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimientos y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos.
Son muchísimos los pronunciamientos sobre los sagrados derechos de la persona a través de la historia y, en nuestro tiempo, desde los que consagró la Revolución Francesa hasta los estipulados en las Cartas Universales de Derechos Humanos y en las grandes encíclicas de este siglo. Todas las naciones civilizadas, incluyendo la nuestra propia, estatuyeron en sus constituciones garantías que jamás pueden suspenderse, ni aun en los más catastróficos estados de emergencia: el derecho a la vida, el derecho a la integridad personal, el derecho a proceso; el derecho a no sufrir condiciones inhumanas de detención, negación de la justicia o ejecución sumaria.
De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las Fuerzas Armadas. Y no violados de manera esporádica sino sistemática, de manera siempre la misma, con similares secuestros e idénticos tormentos en toda la extensión del territorio. ¿Cómo no atribuirlo a una metodología del terror planificada por los altos mandos? ¿Cómo podrían haber sido cometidos por perversos que actuaban por su sola cuenta bajo un régimen rigurosamente militar, con todos los poderes y medios de información que esto supone? ¿Cómo puede hablarse de «excesos individuales»? De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores. Si nuestras inferencias no bastaran, ahí están las palabras de despedida pronunciadas en la Junta Interamericana de Defensa por el jefe de la delegación argentina, General Santiago Omar Riveros, el 24 de enero de 1980: «Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los Comandos Superiores». Así, cuando ante el clamor universal por los horrores perpetrados, miembros de la Junta Militar deploraban los «excesos de la represión, inevitables en una guerra sucia», revelaban una hipócrita tentativa de descargar sobre subalternos independientes los espantos planificados.
Los operativos de secuestro manifestaban la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban «zona libre» a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzanas y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto de comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se partía hacia el antro en cuya puerta podía haber inscriptas las mismas palabras que Dante leyó en los portales del infierno: «Abandonad toda esperanza, los que entráis».
De este modo, en nombre de la seguridad nacional, miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal: la de los Desaparecidos. Palabra - ¡triste privilegio argentino! - que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.
Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener presencia civil. ¿Quiénes exactamente los habían secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenía respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus celdas, la justicia los desconocía y los habeas corpus sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. Nunca un secuestrador arrestado, jamás un lugar de detención clandestino individualizado, nunca la noticia de una sanción a los culpables de los delitos. Así transcurrían días, semanas, meses, años de incertidumbres y dolor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores, debatiéndose entre desesperadas expectativas, de gestiones innumerables e inútiles, de ruegos a influyentes, a oficiales de alguna fuerza armada que alguien les recomendaba, a obispos y capellanes, a comisarios. La respuesta era siempre negativa.
En cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la desprotección, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderándose de unos el miedo sobrecogedor y de otros una tendencia consciente o inconsciente a justificar el horror: «Por algo será», se murmuraba en voz baja, como queriendo así propiciar a los terribles e inescrutables dioses, mirando como apestados a los hijos o padres del desaparecido. Sentimientos sin embargo vacilantes, porque se sabía de tantos que habían sido tragados por aquel abismo sin fondo sin ser culpable de nada; porque la lucha contra los «subversivos», con la tendencia que tiene toda caza de brujas o de endemoniados, se había convertido en una represión demencialmente generalizada, porque el epíteto de subversivo tenía un alcance tan vasto como imprevisible. En el delirio semántico, encabezado por calificaciones como «marxismo-leninismo», «apátridas», «materialistas y ateos», «enemigos de los valores occidentales y cristianos», todo era posible: desde gente que propiciaba una revolución social hasta adolescentes sensibles que iban a villas-miseria para ayudar a sus moradores. Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado las enseñanzas de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura. Todos, en su mayoría inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla, porque éstos presentaban batalla y morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores.
Desde el momento del secuestro, la víctima perdía todos los derechos; privada de toda comunicación con el mundo exterior, confinada en lugares desconocidos, sometida a suplicios infernales, ignorante de su destino mediato o inmediato, susceptible de ser arrojada al río o al mar, con bloques de cemento en sus pies, o reducida a cenizas; seres que sin embargo no eran cosas, sino que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria de su madre o de su hijo o de su mujer, la infinita vergüenza por la violación en público; seres no sólo poseídos por esa infinita angustia y ese supremo pavor, sino, y quizás por eso mismo, guardando en algún rincón de su alma alguna descabellada esperanza.
De estos desamparados, muchos de ellos apenas adolescentes, de estos abandonados por el mundo hemos podido constatar cerca de nueve mil. Pero tenemos todas las razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias. Y aun vacilan, por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal.
Con tristeza, con dolor hemos cumplido la misión que nos encomendó en su momento el Presidente Constitucional de la República. Esa labor fue muy ardua, porque debimos recomponer un tenebrosos rompecabezas, después de muchos años de producidos los hechos, cuando se han borrado liberadamente todos los rastros, se ha quemado toda documentación y hasta se han demolido edificios. Hemos tenido que basarnos, pues, en las denuncias de los familiares, en las declaraciones de aquellos que pudieron salir del infierno y aun en los testimonios de represores que por oscuras motivaciones se acercaron a nosotros para decir lo que sabían.
En el curso de nuestras indagaciones fuimos insultados y amenazados por los que cometieron los crímenes, quienes lejos de arrepentirse, vuelven a repetir las consabidas razones de «la guerra sucia», de la salvación de la patria y de sus valores occidentales y cristianos, valores que precisamente fueron arrastrados por ellos entre los muros sangrientos de los antros de represión. Y nos acusan de no propiciar la reconciliación nacional, de activar los odios y resentimientos, de impedir el olvido. Pero no es así: no estamos movidos por el resentimiento ni por el espíritu de venganza; sólo pedimos la verdad y la justicia, tal como por otra parte las han pedido las iglesias de distintas confesiones, entendiendo que no podrá haber reconciliación sino después del arrepentimiento de los culpables y de una justicia que se fundamente en la verdad. Porque, si no, debería echarse por tierra la trascendente misión que el poder judicial tiene en toda comunidad civilizada. Verdad y justicia, por otra parte, que permitirán vivir con honor a los hombres de las fuerzas armadas que son inocentes y que, de no procederse así, correrían el riesgo de ser ensuciados por una incriminación global e injusta. Verdad y justicia que permitirán a esas fuerzas considerarse como auténticas herederas de aquellos ejércitos que, con tanta heroicidad como pobreza, llevaron la libertad a medio continente.
Se nos ha acusado, en fin, de denunciar sólo una parte de los hechos sangrientos que sufrió nuestra nación en los últimos tiempos, silenciando los que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976, y hasta, de alguna manera, hacer de ellos una tortuosa exaltación. Por el contrario, nuestra Comisión ha repudiado siempre aquel terror, y lo repetimos una vez más en estas mismas páginas. Nuestra misión no era la de investigar sus crímenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos, cualesquiera que fueran, proviniesen de uno o de otro lado de la violencia. Los familiares de las víctimas del terrorismo anterior no lo hicieron, seguramente, porque ese terror produjo muertes, no desaparecidos. Por lo demás el pueblo argentino ha podido escuchar y ver cantidad de programas televisivos, y leer infinidad de artículos en diarios y revistas, además de un libro entero publicado por el gobierno militar, que enumeraron, describieron y condenaron minuciosamente los hechos de aquel terrorismo.
Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado.
ERNESTO SÁBATO.



PRÓLOGO A LA EDICIÓN DEL 30º ANIVERSARIO DEL GOLPE DE ESTADO
Nuestro país está viviendo un momento histórico en el ámbito de los derechos humanos, treinta años después del golpe de Estado que instauró la más sangrienta dictadura militar de nuestra historia. Esta circunstancia excepcional es el resultado de la confluencia entre la decisión política del gobierno nacional, que ha hecho de los derechos humanos el pilar fundamental de las políticas públicas, y las inclaudicables exigencias de verdad, justicia y memoria mantenidas por nuestro pueblo a lo largo de las últimas tres décadas.

A partir del restablecimiento de las instituciones constitucionales, el 10 de diciembre de 1983, hubo grandes hitos como el informe de la CONADEP, que hoy vuelve a reeditarse, y el juicio a los integrantes de las tres primeras juntas militares, entre otros procesos judiciales. Hubo también pronunciados retrocesos como las llamadas leyes de "Punto Final" y de "Obediencia Debida" y los indultos presidenciales a condenados y procesados por la justicia federal.

Las exigencias de verdad, justicia y memoria están hoy instaladas como demandas centrales de vastos sectores sociales. Como lo afirmaban las Madres de Plaza de Mayo ya bajo la dictadura militar, cuando planteaban los dilemas de la verdadera reconciliación nacional, "el silencio no será una respuesta ni el tiempo cerrará las heridas".

Por ello, recordar el pasado reciente con la reedición del NUNCA MÁS este año del 30 Aniversario del golpe de Estado de 1976 tiene un significado particular cuando, a instancias del Poder Ejecutivo, el Congreso ha anulado las leyes de impunidad y una Corte Suprema renovada las ha declarado inconstitucionales y ha confirmado el carácter imprescriptible de los crímenes de lesa humanidad.

Reafirmar el valor de la ética y de los derechos humanos en la profunda crisis heredada de la dictadura militar y de las políticas neoliberales no es una retórica declaración de principios en la Argentina posterior a los estallidos sociales de diciembre de 2001. Se trata de afianzar la ética de la responsabilidad en todos los órdenes de la actividad pública y la única manera de otorgar a las políticas públicas un contenido de justicia real y concreto.

Hace dos años, el 24 de marzo de 2004, se firmó en el predio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) el Acuerdo para establecer el Espacio de la Memoria entre el Gobierno Nacional y el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que puso fin de manera simbólica a cualquier intento de justificación de los crímenes de lesa humanidad cometidos por el terrorismo de Estado.

Es preciso dejar claramente establecido -porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes- que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares, frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado que son irrenunciables.

Por otra parte, el terrorismo de Estado fue desencadenado de manera masiva y sistemática por la Junta Militar a partir del 24 de marzo de 1976, cuando no existían desafíos estratégicos de seguridad para el statu quo, porque la guerrilla ya había sido derrotada militarmente. La dictadura se propuso imponer un sistema económico de tipo neoliberal y arrasar con las conquistas sociales de muchas décadas, que la resistencia popular impedía fueran conculcadas. La pedagogía del terror convirtió a los militares golpistas en señores de la vida y la muerte de todos los habitantes del país. En la aplicación de estas políticas, con la finalidad de evitar el resurgimiento de los movimientos políticos y sociales la dictadura hizo desaparecer a 30.000 personas, conforme a la doctrina de la seguridad nacional, al servicio del privilegio y de intereses extranacionales. Disciplinar a la sociedad ahogando en sangre toda disidencia o contestación fue su propósito manifiesto. Obreros, dirigentes de comisiones internas de fábricas, sindicalistas, periodistas, abogados, psicólogos, profesores universitarios, docentes, estudiantes, niños, jóvenes, hombres y mujeres de todas las edades y estamentos sociales fueron su blanco. Los testimonios y la documentación recogidos en el NUNCA MÁS son un testimonio hoy más vigente que nunca de esa tragedia.

Es responsabilidad de las instituciones constitucionales de la República el recuerdo permanente de esta cruel etapa de la historia argentina como ejercicio colectivo de la memoria, con el fin de enseñar a las actuales y futuras generaciones las consecuencias irreparables que trae aparejada la sustitución del Estado de Derecho por la aplicación de la violencia ilegal por quienes ejercen el poder del Estado, para evitar que el olvido sea caldo de cultivo de su futura repetición.

La enseñanza de la historia no encuentra sustento en el odio o en la división en bandos enfrentados del pueblo argentino, sino que, por el contrario, busca unir a la sociedad tras las banderas de la justicia, la verdad y la memoria en defensa de los derechos humanos, la democracia y el orden republicano.

Actualmente tenemos por delante la inmensa tarea de revertir una situación de impunidad y de injusticia social, lo que supone vencer la hostilidad de poderosos sectores que con su complicidad de ayer y de hoy con el terrorismo de Estado y las políticas neoliberales la hicieron posible. Por ello, al mismo tiempo nos interpelan los grandes desafíos de continuar haciendo de la Argentina, frente a esas fuertes resistencias, no sólo un país más democrático y menos autoritario, sino también más igualitario y más equitativo.

El NUNCA MÁS del Estado y de la sociedad argentina debe dirigirse tanto a los crímenes
del terrorismo de Estado -la desaparición forzada, la apropiación de niños, los asesinatos y la tortura- como a las injusticias sociales que son una afrenta a la dignidad humana.

El NUNCA MÁS es un vasto programa a realizar por el Estado nacional, por las provincias y municipios y por la sociedad argentina en su conjunto, si queremos construir una Nación realmente integrada y un país más justo y más humano para todos.

29 de abril de 2011

¿Más vale cien volando?



http://osoconalas.blogspot.com/

Más aparecidos

A continuación transcribo un cuento corto o microcuento de mi padre Bicho Secco... y luego un poema de Julián Axat al que hace referencia el cuentito.
En la edición del 29 de marzo de 2011 Página/12 - http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-21213-2011-03-29.html - publicó varias microficciones en conmemoración del golpe de Estado de 1976, convocadas por el sitio web www.cuentosymas.com.ar que dirige el periodista Juan José Panno, entre las que se encuentra otro cuentito del Bicho.



Desaparecidos, aparecidos, de Rodolfo Secco

Parece ser, que es una verdadera expresión de deseos aparecer en “ese” momento, tan oportuno en que se va lo que uno tanto quiere, sin saber si para irnos juntos o para salvar a quien se está por ir, deteniendo simplemente los relojes y de esa forma salvarnos todos. Lo cierto es que de una u otra forma siempre lo que desaparece aparece, y es bienvenido claro, es la manera más adecuada de reconstruir la historia, sin perder jamás aquella esperanza insobornable de Walsh y haber embalsamado a tiempo caricias de poco tiempo para utilizar de por vida.



Poema XXX, de Julián Axat

Te espero:
Padre
los ruidos causados por la derrota
no alcanzan a quebrarnos
aunque sea por un instante
esa increíble luz de tus ojos
esperanza o fulgor de a cada instante ser grito

Sueño:
estamos en algún lugar
vos papá y yo
me contás que ayer te cantaron
me decís que seguro te están por venir a buscar
te ruego la huida
vamos lejos
bien lejos te digo
pero me contestás que...
la sangre de los compañeros no se negocia
y no hay caso

Padre
no te convenzo
y la escena que se repite muchas noches
a veces llegamos a discusiones acaloradas
y parece que no hay caso

Padre
no puedo salvarte ni en los sueños

25 de abril de 2011

Con Loli al cine, en tresdé

Ayer fui con mi hermanita Lola al cine, vimos “Enredados”, protagonizada por la princesa perdida Rapunzel. Muy linda peli, por ser de Disney me pareció poco trágica. Obviamente la princesa no está perdida; se la robo una bruja que la quería tener siempre a su lado porque su cabello tiene el poder de curar y rejuvenecer. La bruja se las arregla para manipular a Rapunzel, diciendole que en el exterior todos son malvados y que en el único lugar donde va a estar a salvo es a su lado, encerrada en la torre.


Cuando la muchachita decide escaparse entra en un estado ambivalente de alegría por todo lo que está conociendo y de culpa por haber abandonado a su madre, esta parte es muy ilustrativa, bien Walt!


También hay un muchachito ladrón que con el correr de la película confiesa su identidad y se transforma en el salvador. Hay una escena que me llego mucho… están en una canoa esperando que el cielo se ilumine con linternas flotantes, y la chica se pone mal porque tiene miedo de que esto que tanto espero vivir (ella se escapa con el objetivo de cumplir su sueño que es ver el cielo iluminado de linternas flotantes) no sea como esperaba, y también teme porque sea eso que ella tanto espero, y se pregunta qué pasará después... el muchacho le responde diciéndole que después va a haber otro sueño… Me encanto! representa lo que a todos nos sucede ante la inminencia de una meta, o el final de ella.
Lo más lindo de la salida fue el abrazo de Loli mientras caminábamos yendo a buscar el auto.

Lu, 23 de febrero de 2011

24 de abril de 2011

Gente

de Hamlet Lima Quintana

Hay gente que con solo decir una palabra
Enciende la ilusión y los rosales;
Que con solo sonreír entre los ojos
Nos invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con solo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después, como si nada

Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.

17 de abril de 2011

Poesía aparecida

Nueve - Carlos Aiub, 10/VI/1974

te cuento de las flores aquellas que decidimos un día cuidar juntos
de cómo intentamos hacerlo
de cómo hay que regarlas día a día para que no mueran
de cómo el yuyal avanza si nosotros nos quedamos
si bajamos los brazos
de cómo las hormigas pueden matarlas
de cómo sus tallos son aún débiles
de cómo su verde aún no alcanza
de cuánto falta para que florezcan
y cuánto falta aún sembrar
te cuento de las flores aquellas que decidimos un día cuidar juntos
y tengo miedo de no verlas.-


Carlos César Aiub nació en Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1949. Se graduó como Licenciado en Geología en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata, donde ejerció luego la docencia, actividad que alternaba con la venta de libros. Militó en el Movimiento Revolucionario 17 de Octubre, organización de la que formó parte hasta el 10 de Junio de 1977, día en el que fue secuestrado por un grupo de tareas de la dictadura, a partir de esa fecha se desconoce su paradero.
Sus hijos encontraron sus poemas y decidieron publicarlos bajo el nombre Versos Aparecidos - http://www.versosaparecidos.com.ar/- iniciando la colección “Los detectives salvajes”: Con el título de la conocida novela de Roberto Bolaño damos nombre e inicio a esta colección, dedicada a la búsqueda de una palabra que alguna vez fue pensada y sentida desde lo social. Es también una forma de hacer homenaje a la prosa, narrativa o verso de quienes aún tienen la certeza de la herida abierta dejada en la escritura tras el último golpe militar. Las palabras también desaparecen en campos de concentración, por eso pensamos que es necesario un enorme ejercicio de recuperación y transformación para que la memoria no arda o se la trague nada. No buscamos volver a blindar la rosa, ni ser nostálgicos de una epopeya perdida –o acaso- derrotada. Nos ponemos el disfraz de detectives para poder entender mejor quienes somos o como llegamos hasta acá. Con Versos Aparecidos de Carlos Aiub iniciamos esta aventura.

* El libro puede encontrarse en la librería platense De la campana.

Historia de un letrero

13 de abril de 2011

L'amour

¿Es que se acaba de amar alguna vez?
Hay gente que ha muerto y que yo siento que aún ama.

Honoré de Balzac

Ecos de Ecos

Para empezar mi nuevo blog voy a transcribir un cuentito que le plagié a Eduardo Galeano, primero va el plagio y después el "posta posta", del mismísimo Galeano.
Esto para explicar el nombre del blog...

Lo que hay antes de que haya algo
Cuando Lucía era muy niña, leyó una novela a escondidas
Ella la había robado de la biblioteca de cedro/
Mucho caminó Lucía después, mientras pasaban los años.
En busca de fantasmas caminó.
Y en busca de gente caminó/
Mucho caminó Lucía
Y a lo largo de su viaje iba siempre acompañada
Por los ECOS DE LOS ECOS de aquellas lejanas voces
Que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia/
Lucía no ha vuelto a leer ese libro.
Ya no lo reconocería.
Tanto le ha crecido adentro que ahora es otro,
Ahora es suyo.

El título que elegí se lo robe a Liniers -http://www.pequenoeditor.com/fuelle_loquehayantes.htm- , me parece genial porque es una pregunta típica, por no tener una sola respuesta, que de "grandes" dejamos de hacernos... ¿qué hay antes de que haya algo? fantasmas, ecos de voces, de ruidos, de canciones, de libros... sólo tenemos a nuestro alcance una pequeña porción, construida en la infancia por aquellas lejanas voces que se escuchan con los ojos...

Cuento original:
La función del lector/1
Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. La leyó a pedacitos, noche tras noche, ocultándola bajo la almohada. Ella la había robado de la biblioteca de cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos.
Mucho caminó Lucía, después, mientras pasaban los años. En busca de fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquia, y en busca de gente caminó por las calles de las ciudades violentas.
Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia.
Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocería. Tanto le ha crecido adentro que ahora es otro, ahora es suyo.
Eduardo Galeano, El Libro de los Abrazos.