27 de julio de 2011

Amy Winehouse - Love is a losing game



Love is a losing game

For you I was a flame
(Para ti yo fui una llama)
Love is a losing game
(el amor es un juego perdido)
Five story fire as you came
(la quinta historia se encendió cuando llegabas)
Love is a losing game
(el amor es un juego perdido)

Why do I wish I never played
(¿por qué hubiera deseado nunca jugar?)
Oh what a mess we made
(OH! que desastre el que ocasionamos)
And now the final frame
(y ahora en el marco final)
Love is a losing game
(el amor es un juego perdido)

Played out by the band
(ejecutado por la banda)
Love is a losing hand
(el amor es una “mano” perdida)
More than I could stand
(más de lo que podría soportar)
Love is a losing hand
(el amor es una “mano” perdida)

Self professed... profound
(auto declarado... profundo)
Till the chips were down
(hasta que las fichas estuvieron boca abajo)
...know you're a gambling man
(sabia que eras un jugador)
Love is a losing hand
(el amor es una “mano” perdida)

Though I'm rather blind
(pienso que estuve bastante ciega)
Love is a fate resigned
(el amor es un destino resignado)
Memories mar my mind
(las memorias inundan mi mente)
Love is a fate resigned
(el amor es un destino resignado)

Over futile odds
(sobre las posibilidades inútiles)
And laughed at by the gods
(y riéndose ante los dioses)
And now the final frame
(y ahora en el marco final)
Love is a losing game
(el amor es un juego perdido)

21 de julio de 2011

El Principito y el Zorro

-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

(habría que debatir el temita de lo "equívoco" del lenguaje según Saint-Exupéry)

16 de julio de 2011

Acerca del surgimiento de proyectos

Aquí, ahora y siempre en vigencia, Silvia Bleichmar http://www.silviableichmar.com/ psicoanalista Argentina. Alguien a quien increíblemente extraño sin haber conocido.

La flor de Acapulco*

Ese año comenzó mal para mis hijos. Habían iniciado apenas las clases cuando entendimos que rozábamos el límite nuestra permanencia en la Argentina. El país chorreaba sangre y mugre por todos sus agujeros, y se hacía difícil comer, dormir, respirar incluso, sin sentir palpitar el horror en las sienes. Los niños, mientras tanto, aprendían cada uno lo que debía aprender: la tabla del siete, regla de tres simple, batalla de Caseros, dibujando prolijamente el cabildo y la casita de Tucumán, tratando de rescatar el reventado orden simbólico en el cual nos había tocado inscribirnos.

En octubre salimos para México. Yo llevaba bajo el brazo la muñeca que cantaba en inglés, los certificados escolares y de vacunación de los niños, Pericles, nuestro perro, cuidadosamente guardado en la panza del avión, y un discurso identitario que espeté a mis hijos en el intervalo de Lima: “No olviden nunca que son argentinos”.

La ciudad de México se veía desde el avión como quinientas veces Avellaneda: plana y envuelta en la bruma que luego descubrimos polución de la cual rara vez uno se desatrapa. Enorme e inabarcable, comprendí entonces que el mapa que me regalara un amigo antes de partir, no era un gesto simbólico sino una verdadera herramienta para atravesar ese espacio desordenado y aglutinado que constituye el Distrito Federal. Carlos, arriesgada y generosamente, había marchado quince días antes para buscar un lugar donde hacer recalar a la familia, mientras se desplazaba con un Volkswagen rentado para realizar las cincuenta y dos entrevistas laborales que nos garantizaran las visas de permanencia.

Parias absolutos, perdidos en el espacio, llegamos al apartamento transitorio en el cual nos instalaríamos, y luego de revisar la heladera repleta de jugos y comida chatarra con la cual pretendíamos paliar la desesperanza de los niños, comencé a desarmar las valijas. Saqué de ellas la ropa, los tres tomos de Freud que en aquella época constituían sus obras completas, el cenicero del consultorio que había acompañado nuestro trabajo durante años, dos cuadritos que suponía, al ser colgados, nos traería algo del hábitat, un manojo de espigas de la última cosecha que mi padre había realizado en el campo antes de morir, los juguetes favoritos de los chicos y, por último, la ropa.

Entre los sacos y pantalones, faldas y vestidos, sweaters y medias, una flor de organza celeste, extraño objeto insospechado, emergió imprevistamente del bolsillo de la valija. Carlos se demudó, y demandó, con tono contenido, qué era esa extraña cosa inesperada, en medio de tanto gris, azul, marrón y blanco, escocés de las faldas y espigado de los sacos, clasicismo portable para enfrentar cualquier desarraigo cultural. Respondí, con absoluta inocencia y una cara falsamente radiante: “es por si algún día íbamos a Acapulco… quería tener algo bonito para ponerme”. Desencajado me respondió que aún no teníamos visa, ni trabajo, ni casa, ni medios para sostenernos, y cómo se me ocurría tamaño despropósito. La pelea duró un rato, mientras los niños se retiraban a ver, por primera vez, una televisión en colores en la cual los personajes de las series habían envejecido bruscamente, en un tiempo en el cual aún en la Argentina no se había producido la globalización que nos permite hoy acceder simultáneamente a los programas extranjeros, mientras nos expulsa del universo de sus protagonistas.

Terminamos llorando los dos, abrazados, él por no poder darme algo mejor que lo que la vida nos ofrecía, yo por el dolor que la rosa de organza intentaba encubrir, tiñendo de optimismo y placer un futuro que sólo se representaba como pérdida.

Un año después usé mi flor en Acapulco, y Carlos se puso un saco blanco de verano que habíamos traído de Buenos Aires. El exilio se convirtió, por esa noche, en una película del cincuenta, en la cual Negrete y María Félix, exiliados y psicoanalistas, tomaron sus margaritas con velas y mariachis a la orilla de un mar que no reflejaba la Cruz del Sur.

Mis hijos, ya adultos, siguen llamando “la flor de Acapulco” a todo proyecto que aún pareciendo inviable, permite sostener el optimismo ante la adversidad.

* Publicado en el libro Escritoras argentinas entre límites, Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos C. L., Colección “Desde la Gente”, Buenos Aires 2007.

Confidencia prosaica, de Oliverio Girondo

Yo también…
¡Sí! Yo tengo
-¿por qué no confesarlo?-
Un pequeño fantasma, un duende de familia.

No vaya a suponerse que mi pequeño duende sea un fantasma hierático,
espectral, de castillo;
uno de esos fantasmas que arrastran el espanto entre viejas panoplias y gritos coagulados,
o delatan incestos dentro de una armadura,
cuando el silencio calza las funerarias mallas
con que a Hamlet le place pasearse entre las tumbas.

Mi fantasma es doméstico,
recatado, apacible.
Jamás le he sorprendido actitudes de almena,
ni lo he visto hospedarse en la caja de un péndulo,
para que sus entrañas se pueblen de latidos.

Cotidiano, tranquilo, modesto, de bolsillo,
mi pequeño fantasma no ahuyenta los retratos,
ni adopta almas de piedra o heráldicas posturas.

Tal cual es,
sin embargo,
engalana mis noches
y es el único lujo de mis horas vacías.

Ya sé que con frecuencia revuelve mis papeles, esconde alguna carta, empaña mis anteojos,

me humilla al obligarme a buscar los gemelos debajo de la cómoda, me esconde la boquilla;
pero es él quien mitiga la fiebre del insomnio,
quien impide que pierdan el compás las canillas,
quien oprime las llagas de las puertas pintadas y conforta el silencio, la soledad, el frío,
al pasear por los cuartos su incorpórea presencia de fantasma benigno,
de duende que vigila las sombras y los ruidos.

Oliverio Girondo

5 de julio de 2011

La vuelta al mundo, Calle 13

Mientras más pasan los años,
me contradigo cuando pienso.
El tiempo no me mueve,
yo me muevo con el tiempo.
Soy las ganas de vivir,
las ganas de cruzar,
las ganas de conocer
lo que hay después del mar.
Yo espero que mi boca
nunca se calle,
también espero que las turbinas de este avión
nunca me fallen.
No tengo todo calculado
ni mi vida resuelta,
sólo tengo una sonrisa
y espero una de vuelta.

Yo no creo en la Iglesia
pero creo en tu mirada.
Tu eres el sol en mi cara
cuando me levanta,
yo soy la vida que ya tengo,
tu eres la vida que me falta.
Así que agarra tu maleta,
el bulto, los motetes,
el equipaje, tu valija,
la mochila con todos tus juguetes, y..

Dame la mano y vamos a darle la vuelta al mundo.

La renta, el sueldo,
el trabajo en la oficina,
lo cambié por las estrellas
y por huertos de harina.
Me escapé de la rutina
para pilotear mi viaje
porque el cubo en el que vivía
se convirtió en paisaje.
Yo era un objeto
esperando a ser ceniza
Un día decidí
hacerle caso a la brisa.
A irme resbalando
detrás de tu camisa,
no me convenció nadie,
me convenció tu sonrisa.
Y me fui tras de ti.


Si quieres cambio verdadero
pues, camina distinto.
Voy a escaparme hasta
la constelación más cercana,
la suerte es mi oxígeno,
tus ojos son mi ventana.
Quiero correr por siete lagos
en un mismo día.
Sentir encima de mis muslos
el clima de tus nalgas frías.
Llegar al tope de la sierra,
abrazarme con las nubes
sumergirme en el agua y ver
cómo las burbujas suben, y…

- La letra no está completa, le fui sacando algunas partes con las que no coincido.. -